¡Y nos comimos el mundo!

Las personas noventeras hemos llegado hasta este siglo XXI gracias a que nuestras madres, padres o tutores legales (como ponía en los permisos para las excursiones) nos alimentaron correctamente con una dieta equilibrada. Sin embargo, muchos de los niños de entonces, como los de ahora, no teníamos especial cariño por cosas como pescados, verduras… (algo que en muchas ocasiones cambia según se pasa la edad del pavo. En otras no).

¿Qué nos gustaba, entonces, a los infantes de los 90? Pues lo mismo que a la mayoría de los de hoy, el trinomio “dulce, salado y frito“. Hoy muchas marcas, paquetes y nombres han cambiado, pero en el fondo las “trapalladas“, como decían las abuelas, siguen triunfando en las dietas infantil-juveniles (motivo por el cual el estado ya las prohíbe en los colegios para que los niños del siglo XXI sean más guapos que los que nos criamos en el Neolítico de los 90 pero que, probablemente, teníamos unos padres con dos dedos de frente que no nos dejaban comer porquerías las veinticuatro horas).

phoskitos

Este era mi favorito: Los Phoskitos o “Fosquitos”, que no tengo ni idea de si siguen existiendo. Un manjar para los paladares de las criaturas, recubiertos de chocolate, los mordías y debajo encontrabas una espiral de bizcocho con más chocolate… Recuerdo ir con mi abuela a la tienda de la señora Maruja (cuando los “súperes” aún no habían aterrizado del todo en nuestros barrios ni tampoco habían calado del todo entre los ciudadanos, por lo cual se iba a estas tiendas míticas donde te hacían la cuenta a mano) y me compraba uno de estos.

En este mismo establecimiento de comestibles adquiría también mi abuela los famosísimos Huevos Kinder

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Eran ricos, ciertamente, pero la verdad, poco aprovechables porque al ser huecos… Eran también bastante frágiles, de hecho, ¿quién no se ha comido un Huevo Kinder espachurrado tras venir en una bolsa o carro de la compra? Las secuelas de este dulce aún se pueden apreciar en múltiples hogares, donde perviven las colecciones de figuritas que ya mencionamos en el post sobre Juguetes Extinguidos.

Y pasamos a otro tipo de manjares que podríamos incluir dentro de un fenómeno que me voy a inventar y que es el “fenómeno bolsa“: Dícese del proceso cuasi inconsciente de ingerir productos que se encuentran diabólicamente divididos en pequeñas porciones que impulsan a la persona a comer más y más para calmar su ansia y que se hallan en los establecimientos empaquetados en bolsas de distintos tamaños y de formas y colores llamativos para incitar a su consumo”, por ejemplo. Así sucedió con trapalladas tipo Conguitos, Lacasitos o Chaskis.

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¿Qué persona noventera no conserva, además, en su domicilio, un bote de Lacasitos en el que guarda cualquier tipo de cosa? Yo, por ejemplo, las canicas. Sucede como con las cajas de las galletas Butter Cookies, que sirven hasta para asar castañas (lo sé, lo he visto con mis propios ojos). Por cierto, es curioso que hace años que no pruebo ninguna de estas tres cosas y pienso en ellas y recuerdo el sabor, la textura, como si no hubiera pasado el tiempo…

Y otro fenómeno fue el “fenómeno goma“, o sea, de “los chuches” que había que masticar y masticar y masticar y masticar para poder tragarlos y sobre los que corría la leyenda urbana de que si te los tragabas enteros se te pegaban a las tripas y te morías… (aunque yo tragué más de uno, y de dos, y aquí seguimos). Véanse dos ejemplos de estas inocentes golosinas:

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Los Sugus y los Palotes, que ahora entiendo por qué no comían los mayores…. (un arma de destrucción masiva para personas usuarias de Kukident y pegamentos del estilo… me comprendéis…)

Y siguiendo con cosas de goma, cómo olvidar los chicles. Pero merecen un punto a parte porque no sé el resto del mundo pero yo asistí al invento del chicle relleno como la generación de mi madre a la llegada a la Luna (aproximadamente). Me pareció (a mi tierna edad jová) un avance de la leche. ¡Que los mordías y tenían líquido dentro! En aquella época eran de la marca Bubaloo, ¿os acordáis?

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Y, por supuesto, un capítulo importantísimo es el de los helados. Los típicos noventeros eran, que yo recuerde…

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El Frigopie, el Mikolápiz…. y también recuerdo otros como uno que era una bruja… y que traía dentro una bolita de chicle… Y lo ibas subiendo tú según se acababa… los otros, el Twister o los Fantasmikos eran cosa prohibida al menos en mi casa, porque supongo que a vosotros, como a mí, os tocó lidiar con madres que mantenían, y siguen manteniendo con la mano sobre la Biblia, que los helados de hielo eran malos y por eso cuando en una ocasión especial y superesporádica te comías un helado de hielo sentías hasta remordimientos por haber infringido una de las reglas sagradas y hasta te lo tomabas con el miedo de que te sentara mal y luego tener que escuchar LA frase: “Te lo dije” o su variante: “Ya lo sabía yo” aplicables a cualquier situación vital por cualquier madre del planeta.

Todo esto en cuanto a productos prefabricados llenos de colesterol y todas esas cosas malas que dicen por la tele que obstruyen las arterias de los niños hasta hacerlas reventar o hasta que sus padres deciden ponerles a dieta o arrancarles de las manos el mando de la consola y echarlos a la calle a correr.

Sin embargo, quiero señalar que los niños de los 90 también comíamos caprichos algo más sanos, cosa rara de ver ahora (yo por lo menos hace siglos que no veo a un niño comerse un bollo de leche o unas galletas). Así, debo confesar que mi chuchería favorita, lejos de cualquier Phoskito u otra cosa era ésta:

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Bueno, no ésta en concreto de la imagen, claro, sino a muchas de sus hermanas, me he comido yo. Sí, una simple y sencilla tartita de manzana (se me hace la boca agua sólo de escribirlo). Y también, por supuesto, otros pasteles como las cristinas de crema o los croissants (más conocidos popularmente como “cruasáns” o incluso en algunas zonas de Vigo como “curasanes”).

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Asimismo, ignoro qué es lo que llevan los enanos de hoy de merienda al cole, (si es que llevan algo) pero seguro que vosotros, como yo, érais de bocata de pan Bimbo con “x” (en la “x” podéis poner lo que queráis). A mí me encantaba con mantequilla y azúcar.

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Cómo cambió el “packaging” del pan Bimbo (los expertos en publicidad le llaman así “fisnamente” a lo que el resto de mortales llamamos “paquete” o “envoltorio”). Al oso lo jubilaron, pobre.

Lo del bocata, por supuesto, cuando no eran galletas. Las que recuerdo especialmente de aquella época eran éstas…

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…que atendiendo al principio universal de “si quieres que el niño te coma algo que no le gusta disfrázaselo” al que se acogieron millones de madres lograron que muchos churumbeles de los 90 salieran de casa con algo en el estómago. Además estaban buenas.

Y por último, un recuerdo nostálgico:

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Los barquillos, que en Vigo recuerdo que vendían a las puertas del Corte Inglés al grito de “Barquillos 100 pesetas, ¡barrrrrrrrrr-quillos!” Un grito que me traslada a mi infancia y al sabor de algo tan sencillo pero ¡tan rico!

Y con esto finalizo, con la moraleja de “recuperemos la tradición de comer pasteles de pastelería o incluso caseros, que son más sanos que los comprados en el súper, y evitemos problemas mayores”. Y sí, me gustaría que me comentáseis cuál era esa golosina/pastel/chuchería que os volvía locos allá por los 90 o qué opinión os merecen las que hemos mencionado aquí. Un abrazo y hasta otra.